El Pueblo Mapuches y su larga lucha contra los españoles
Contenido: Las
distintas formas en las que españoles y mapuches se relacionaron en el
período colonial, considerando resistencia mapuche y guerra de Arauco,
mestizaje, formas de trabajo (como encomienda y esclavitud),
evangelización, vida fronteriza y sistema de parlamentos.
El pueblo mapuche o araucanos
La palabra mapuche significa "gente de la tierra", y era el nombre que se daban a si mismo los nativos que habitaban desde el desierto de Atacama hasta las heladas tierras del sur de Chile, los españoles llamaron araucanos, y a la tierra que habitaban, Arauco.
Probablemnte el nombre de Arauco tiene su origen en la palabra quechua awqa <<salvaje>> o <<rebelde>>, con la que los incas nombraron a estas personas.
El comercio y el trabajo de la tierra solo comienzan
después de explotar la minería; se dice que a los conquistadores les
interesaba más la mano de obra que la tierra. Hubo matanzas terribles:
de un estimado a la baja inicial de un millón de mapuches, antes de las
guerras, se pasó a 150.000 indígenas en poco más de un siglo. Entre los
muertos no hay que contar solamente a los muertos en guerra, las pestes
del viejo continente mataron muchos mapuches, y también el trabajo en
las minas.
La principal estrategia de guerra, una vez que los españoles comprendieron que los mapuches no se someterían, fue la “limpieza de tierras”;
no solo mataban a todos los indios, también quemaban sus campos y
sementeras, y sus rucas. Por eso los cronistas de fines del XVI cuentan
como los españoles hacían 50 km en un día sin problemas... porque no
quedaba nadie, se escondían todos cerca de la cordillera, a penas 30
años después de la llegada de Valdivia. Y por eso también se
extendió la idea de que los mapuches eran un pueblo nómade y atrasado,
sin agricultura, porque la imagen que se asentó entre los chilenos fue
la del mapuche posterior a la conquista, bandolero y pastor, sin casa ni
agricultura. Los españoles los dejaban tranquilos en invierno, cuando los indígenas no podían casi hacer otra cosa que refugiarse, pero cada verano retomaban el asalto hacia las tierras mapuches. A las matanzas se sumaron las pestes: primero el tifus, luego la viruela, pero también plagas,
como la de los ratones que arrasaban con el alimento. Por eso hubo un
tiempo de paz al norte del Bío-Bío, porque ya no quedaban indios casi,
que asaltaran en los caminos o se tomaran las ciudades. Mas la versátil
resistencia mapuche volvió a aprender de los españoles; esta vez
construyendo sus propios fuertes en lugares inaccesibles, apropiándose
de caballos o armas, y asaltando sin consideración. Pese a que la
población se redujo de al menos un millón de indígenas a poco menos de
doscientos mil, siendo la zona de la provincia de Valdivia una de las
más afectadas, la resistencia mapuche se extendió largo tiempo.
“Todos los cronistas sin excepción hablan de
la crueldad de los españoles”. Los españoles practicaron lo que para
ellos era la peor ofensa que se podía hacer a un hombre: la violación de
las mujeres. El mestizaje tiene sus fuentes sobretodo en esta crueldad,
aunque también es cierto que unos pocos españoles tomaron a indias por
esposas. Sin embargo, en lo que hoy es el centro y sur de Chile hubo un doble mestizaje:
mapuches varones tomando por esposas a españolas, con descendencia
mestiza pero con padre indígena, lo inverso a lo ocurrido en gran parte
de Sudamérica. El mestizo que nacía en cuna española, que era criado por
padre español, o criollo, optaba por el bando español; y el que nacía
entre mapuches, criado por padres mapuches, combatía por los mapuches.
La actividad minera, dejada abandonada tras
la muerte de Pedro de Valdivia, se reinicia con el nuevo gobernador de
Chile, García Hurtado de Mendoza, hijo del virrey del Perú, con fama de
generoso pero al mismo tiempo de rudo y violento, acompañado siempre por
un ejército de señoritos, miembros de la nobleza, igual de violentos y
de valientes. El autor argumenta aquí que la violencia y la
inmisericordia ya era parte de la sangre española, acostumbrada como
estaba en la península a guerras constantes, a combatir el pillaje o las
intentonas de dominación por parte de extranjeros. Pero tras
dichos años de trabajo minero se inició la denominada “guerra sucia”, de
estilo guerrillero, con asaltos en los caminos, pillaje, escuadrones
pequeños y tácticas de terror. La gran insurrección en tierras donde los españoles se creían definitivamente establecidos coincide con un terremoto.
“Desde ese momento la guerra no terminó nunca más”; ayudaba el signo
del terremoto: la “tierra habló”. La boca del lago Riñihue se tapó, las
aguas crecieron cada vez más hasta que de pronto empezaron a bajar en
cascadas, inundando todos los poblados de Valdivia por el Calle-Calle.
Los mapuches se refugiaron en las cordilleras, las sociedades ribereñas
no existían más; se transformaron en bandoleros y pastores, atacando las
pocas encomiendas del sur, puesto que las minas ya no se explotaban.
Los españoles más desesperaban y más crueles se mostraban hacia los
indios. Los mismos indios eran cada vez menos, la mano de obra era
escasa. Enfurecidos los hispanos ante el bandolerismo y la negativa
generalizada mapuche a prestar servicio, “corrían las tierras”, esto es,
"incendiaban ruca, mataban indio, destruían sementera" que encontraban a
su paso. Solo las poblaciones más alejadas y difíciles de penetrar, en
los pantanos por ejemplo, pudieron sobrevivir a tales matanzas. En esos
años, con Villagra, Saravia y Quiroga transcurrió la época más
sangrienta y cruel de la historia de Chile, y todo está debidamente
documentado puesto que los generales hacían méritos ante el rey matando
indios.
Según Bengoa fue el fuerte mestizaje lo que secularizó la guerra,
arrancándole su carácter sagrado: los mapuche ya no se tirarían más
contra los españoles sin antes haber considerado sus fuerzas; y esto fue
obra de los mestizos. El mestizaje, como dijimos, ocurrió a lado y
lado; padres españoles y mapuches mezclaron las sangres: “por supuesto
que después de la destrucción de las ciudades del sur, será mucho más
mestiza aún, en particular por la apropiación de varios miles de mujeres
españolas que se quedaron en su mayoría a vivir entre los mapuches”.
La segunda gran insurrección se llevó a cabo
en 1598, con la eliminación de un segundo gobernador de Chile: Oñez de
Loyola. Desde entonces se puede decir que las tierras al sur de Bío-Bío fueron mapuches por más de dos siglos y medio,
puesto que destruyeron y tomaron todas las ciudades hacia el sur. El
levantamiento indígena y su posterior victoria se logró gracias a la
secularización de la guerra y el mestizaje; los grandes jefes mapuches
fueron mestizos, que o bien habían sido tomados prisioneros, o bien
habían luchado con el ejército español y aprendido sus técnicas. Los mapuches adoptaron el mismo sistema de “limpiezas” que los españoles, arrasando con todo campamento winca (extranjero).
Así mismo, tenían escuadrones militares especializados que no hacían
otra cosa más que guerrear; tomaban reclutas de los campamentos
familiares. Se dice que los toquis (jefes militares) tenían más poder (eran más obedecidos y respetados) que los lonkos
(caciques), cabezas de familia. El más famoso de éstos ejércitos
mapuches, y el que eliminó también, históricamente, al segundo
gobernador de Chile, fue el de los pureninos, venciendo en la batalla de
Curalaba (Kurra Laf, piedra de río, o piedra de mar). El toqui al mando
se llamaba Pelantaro.
El asesinato de Oñez de Loyola (descendiente
directo de San Ignacio de Loyola, religioso y jesuita, casado con una
descendiente directa de la nobleza incáica) se produjo en circunstancias
muy especiales, según los españoles: primero porque durante ese año los
españoles del valle central no aportaron con tropas, se supone porque
todo iba bien y había gran producción; tampoco habían llegado más tropas
españolas; segundo porque Loyola tomó decisiones equivocadas, como
viajar con poca escolta (cincuenta hombres); tercero acampar muy
confiado, pensando que no habían rebeldes, y sin vigía en la madrugada
(la hora del malón, en que los mapuches atacaban los destacamentos).
Según la historia lo mataron o atraparon en su propia tienda,
desprevenido.
Los mapuches destruyeron muchas ciudades, ya “hechas y derechas”, como Osorno, Angol, Valdivia, Villarrica y la Imperial;
éstas dos últimas desaparecieron completamente del mapa hasta el s. XIX
en que se las redescubrió cubiertas de tupido bosque. La destrucción
fue total, y no respetaron “estado, edad, religión ni cosa sacra”.
También fue muy rápida: la noticia de la muerte del gobernador fue la
chispa y en 48 horas ya habían 30 mil mapuches en armas, que destruyeron
las ciudades simultáneamente, incluso más allá del Bío-Bío, en Chillán,
por ese entonces llamado San Bartolomé de Gamboa, que fuera sitiada y
atacada varias veces; de hecho algunos autores han señalado el límite de
acción en el río Itata. Los mapuches no pudieron con Concepción, pasando a ser esta ciudad tanto refugio de angolinos como fuerte de resistencia. Angol
fue desocupada por orden de los españoles (5-10 mil personas) doblando
la población de Concepción y “dejando a la suerte las ciudades del sur”.
Villarrica, Imperial y Osorno fueron sitiadas antes de ser invadidas.
Los mapuches mataban a todos los varones, haciendo prisioneros a las
mujeres y los niños. Valdivia fue invadida por la noche, incendiaron sus
casas y la matanza fue grande. Algunos alcanzaron a huir hacia Chiloé
por barco, otros se adentraron en el bosque quedando perdidos por años.
Valdivia era la principal ciudad de Chile, más todavía que Santiago; al
parecer los españoles nunca sufrieron derrota semejante en América.
“Redujeron la ciudad a cenizas”. Según el jesuíta Ovalle: “Vestíanse los
indios de las vestiduras de los españoles en señal de triunfo...que en
una hora se volvió toda aquella república de lo de dentro afuera, los
españoles vestidos de indios y los indios vestidos de españoles, éstos,
sujetos y esclavos, obedeciendo a los indios, como a sus señores y los
indios mandando como amo y dueños”. Desde entonces los mapuches gozaron
de 300 años de independencia.
Tanto odio le agarraron los mapuches a la esclavización que botaban el oro
que los españoles obligaron a extraer (una de las causas de su
esclavización) a los ríos y lagos, desdeñándolo, y desembarazándose de
lo que les había causado tantos males.
Desde el s. XVII Chile se divide en dos: el
país del centro y el país del sur. El aislamiento geográfico hace de los
chilenos gente forzosamente autosuficiente, luego de lo cual no está
dispuesta a ofrecer sus hombres y sus caballos para ir a las guerras. Es
desde entonces la corona quien financia la insistencia bélica
para intentar colonizar el sur, siguiendo con su estrategia de
“campeadas” (quema de casas, destrucción de cultivos y matanza de
indios).
El llegado nuevo gobernador, Ribera, consigue
algo importante: la plena propiedad de la tierra para algunos chilenos;
las tierras siempre pertenecieron a la corona, que las prestaba o hacía
trabajar en forma de encomienda. Así, en una zona delimitada, la encomienda cambia de estatus al de estancia
(propiedad privada); dicha zona, entre Santiago y Concepción, es
entonces colonizada por Ribera mediante ese decreto especial, quien
regala tierra a los criollos y españoles fugitivos que huían de la
destrucción de ciudades en el sur. En ese entonces también, se despuebla
Chiloé, que había permanecido largo tiempo como el único bastión
español del sur, dependiente completamente de las provisiones llegadas
en barco. Ribera también organiza la producción para sustentar a la
tropa fronteriza, y construye muchos fuertes en la orilla norte del
Bío-bío. Pero pierde su rango de gobernador al enamorarse y casarse con
una criolla retornada del sur (una imperialina).
El sur es territorio mapuche,
pero también posteriormente de campesinos fugitivos y de perseguidos
por la justicia. El país del centro es productivo y empieza a exportar:
sobretodo sebo, que sirve para hacer velas e iluminar las minas del
Potosí (el siglo del sebo según Vicuña Mackena), pero también mucho
charqui; también cueros y mulas de carga. La frontera entre los dos
países, mapuche y chileno, es permeable: ahuincarse es irse a vivir a la
tierra de los huincas (extranjeros).
Por ahí por el 1617 se intenta una guerra defensiva, por medio de los curas jesuitas, especialmente por medio del padre Luis de Valdivia,
quien obtiene del rey el cese de la guerra. Pero los mapuches, aunque
aceptan un poco a los curas, no abren su territorio, desconfiados ante
tanta traición oficial por parte de los españoles. La muerte de tres
padres en Elicura por parte de Anganamón pone fin al intento de guerra
defensiva. Se suceden varios gobernadores hasta que con Fernández de
Córdova se reemprende la guerra, luego de un boicot generalizado de los
encomenderos al intento pacífico de los jesuitas. Bengoa entiende que la
guerra es más por el orgullo que por la necesidad de vasallaje, porque
esclavos podían importarse de otras partes (África por ejemplo): España, la principal potencia europea de la época no podía aceptar que un puñado de indígenas no se le sometiera.
Pero esta fase, de guerra ofensiva, tampoco dio resultado: Anganamón,
el generalísimo de los mapuches, los ha dejado bien preparados. Las
guerras disminuyen en el curso del XVII, siguiéndole dos siglos de oro
para los mapuches, convertidos en ganaderos y cruzando frecuentemente a
Argentina, llegando incluso a finales, a comerciar con los españoles
(esto es reconocido por Ambrosio O’Higgins). Pero con la paz, los ulmenes toman el control por sobre los toquis, y así hay cada vez menos guerreros preparados.
¿Qué ocurrió con las ciudades? Villarrica y la Imperial quedaron prácticamente borradas del mapa.
No fue el caso de Valdivia por su ubicación estratégica y por su
tamaño, sus muros, etc. Cuando la ciudad fue tomada habían 450 casas.
Hay indicios de que estaba poblada por algunos mapuches, o quizás hacían
ceremonias allí. Es interesante comparar las descripciones indígenas
hechas por los españoles con las que hicieron los holandeses en su
intento de sacar provecho de la zona: “la población de Valdivia, Osorno i
de Concepción es igual a la de Chiloé en cuanto a estatura, pero es
mucho más ruda y corpulenta, pues cada día no hacen otra cosa sino
emborracharse, bailar y jugar: viven sin cuidarse de nada y sin culto
alguno: cada uno tiene cuantas mujeres quiere, éstas, siendo jóvenes se
compran a los padres, tienen que atender la agricultura y otras cosas, a
excepción de una o dos que son las favoritas, las demás no se tratan de
otro modo que como esclavas. Los hombres hacen de señores, algunos de
ellos tienen 15, 16 y hasta 20 mujeres, que son mui sumisas i obedientes
a aquellos, de manera que sus vidas se parecen más a las bestias que a
la de los hombres. Su modo de vestir es el mismo que el de los de
Chiloé, según queda relatado, también rapan la patilla i el bigote i
llevan la cabellera mui corta a fin de que sus enemigos no puedan
tirarles por ella”, según un cronista holandés que viaja con Brouwer, en
una visita ocurrida entre 1642-43; “de esta ciudad destruida se
encontraron aun muchos grandes y fuertes muros; contenía cerca de 450
casas, con varias calles y caminos cruzados, i además dos mercados
extensos; ha sido una hermosa población, pero hoi está muy arruinada,
llena de árboles y de plantas silvestres, de manera que no se parece a
una ciudad”. Los holandeses ofrecieron a los mapuches, que los
recibieron en Valdivia y dieron alimento, una alianza ofensiva y
defensiva contra los españoles, proponiéndoles cambiar oro por armas.
Los mapuches les explicaron su aversión por el oro (por el mal recuerdo)
y dijeron además que no había nada.
En Chiloé se mantuvo la presencia española constante, los fuertes y ciudades no fueron destruidos.
Osorno no fue repoblado sino hasta el final de la colonia, con Ambrosio
O’Higgins, a pesar del intento temprano de Ribera (principios del
1600). En Chiloé la población indígena mermó más que en otras partes, el
ciclo minero terminó también antes, por lo que debió aprender a
subsistir por su cuenta: economía agrícola, pero para el intercambio,
que no podía ser de alimentos, se desarrolló la pequeña industria
artesanal: ponchos y frazadas.
Los cautivos mestizos y españoles son
obligados a enseñar sus conocimientos; los visten como indígenas, los
afeitan y cortan el pelo y hasta les cambian el nombre; a algunos los
casan con mujer española, cautiva también. Unos se adaptan, y otros se
arriesgan a huir. Un caso ejemplar es el de un herrero (Nieto) que fue
obligado a fabricar armas por los mapuches.
Mestizaje al revés y al derecho, a pesar de
que entre los españoles no era bien visto cruzarse con las indígenas,
porque creían que se obtenía una peor raza. “Las conquistas y
colonizaciones inglesas, holandesas y de culturas “reformadas” fueron
mucho más estrictas en la relación con los indígenas estableciendo un
absoluto apartheid, prohibiendo las relaciones matrimoniales e
impidiendo la existencia de cualquier tipo de mestizaje, cuando no
acabaron físicamente con los indígenas”. Hubo algunos rescates de
señoras españolas con posterioridad, pero también es cierto que varias
mujeres españolas no quisieron volver con los de su raza, según los
españoles por vergüenza, o por no tener ya familia entre ellos. Bengoa
señala que a finales del s. XVII la sociedad mapuche es tan mestiza como
la chilena. También da a entender que no existió racismo para con los
mestizos, esto es, los niños nacidos de padre español y madre indígena,
con tal que estuviesen debidamente bautizados en la religión católica.
Es de notar el común acuerdo en las crónicas acerca del buen talante de
las mujeres indígenas, causantes de varias mujeres españolas “mal
casadas”.
Las
estatuas que han hecho de Caupolicán o Nicanor Plaza distan mucho de
ser completamente representativas. Bengoa señala que los mapuches no
solamente se apropiaron de muchas mujeres españolas sino también de sus
vestimentas, sus indumentarias de guerra, parte de su cultura y sus
estrategias militares, en una fusión muchas veces cómica, pero otras,
como en el caso de las tácticas bélicas, bastante eficaces. La vestimenta de los españoles se usaba sobretodo para las celebraciones, y
eran más que nada una manifestación de poder, una ostentación de la
valentía o la fuerza que habían tenido a la hora de las batallas; la
usaban muy desaliñadamente, quizás muchas veces en señal de burla;
estaba todo mezclado: “porque unos traen parte de vestidos de soldados
españoles y otros hábitos de religiosos, clérigos y frailes, todo
mezclado, casullas, capas de coro y otros ornamentos de iglesias; otros
andan cubiertos de pieles de fieras con las cabezas boquiabiertas, que
caen encima de las suyas, mostrando sus grandes dientes; y otros de la
misma manera con pieles de cabrones de diformes cuernos...todas las
cosas nuestras que he dicho usan para celebrar estas fiestas, son las
que le han quedado del saco (saqueo) y despojo de las ciudades que
asolaron, las cuales tienen guardadas para tales ocasiones, donde hacen
demostración dellas, unos por jactancia y otros por disfraz. Puestos,
finalmente, de la manera que he dicho, al estruendo de sus confusos y
bárbaros instrumentos de tamboriles y cornetas hechas de canillas de
piernas de españoles, que hacen un son más desconcertado y triste que
alegre, bailan todos moviéndose a unos mismos tiempos, encogiendo y
levantando los cuerpos al mismo son que tocan, sin descomponer los
brazos ni levantar los pies del suelo mas de los calcaños; ... y lo que
es de notar entre todas estas barbaridades es, que estando todos en la
orden que he dicho, no hay indio por muy turbado que esté del vino, que
deje la lanza de la mano,...” (Nájera).
También se señala que usaban tiras de
escrituras españolas como adorno, sobre la cabeza; conocida es su
aversión a la escritura. Su ejército pasó a ser en el tiempo de las
victorias (después de Curalava) totalmente masculino, a diferencia de
los primeros grupos guerreros que encontraron los españoles, con las
mujeres siempre detrás para aprovisionar a la tropa o curarles sus
heridas; así mismo, los nuevos ejércitos eran más ordenados, y tenían
caballería... con armas y protecciones de metal; la vestimenta mapuche
de guerra, así como las armas, eran trabajadas con arte; algunas flechas
llevaban piedras preciosas, lo mismo que las lanzas; otras llevaban
decoraciones y figuras. Los mapuches tomaron muchos elementos de la
cultura española. Gozaban haciéndole el mismo daño que los españoles les
habían hecho, tal como ellos, despiadadamente. “...en las ramas del
canelo, decían los españoles, ponían sus cabezas en exposición y en una
suerte de danza macabra para el español que relata, se movían al sonido y
ritmo de baile”.
El Padre Luis de Valdivia escribió el primer
diccionario mapuche. Es invitado a la junta, o parlamento de Catiray,
presidida por el ulmen principal de las 10 rehuas de la zona: Carampangui,
un “indio de gran capacidad y singular prudencia”. Se juntan en las
alturas de la cordillera de Nahuelbuta 50 caciques. El padre Valdivia
les explica todos sus esfuerzos, su viaje a España, su conversación con
el rey, y les muestra todos los papeles donde el respeto total por los
mapuches y sus territorios es decretado, añadiendo que el gobernador
Ribera está al tanto y además de acuerdo. Los caciques hacen tres
peticiones: liberación de las piezas (mapuches prisioneros y destinados a
ir a trabajar al norte), retirada del fuerte San Jerónimo y otra más de
menor importancia. El padre acepta todas menos la del Fuerte. Entonces
uno de los caciques, que era un jefe militar, rompe el parlamento
diciendo que no hay voluntad verdadera de paz. El padre Valdivia
finalmente accede.
Desde entonces, y por un período más bien
corto, se establecen misiones jesuitas en Catiray, se respeta a los
mapuches y a su territorio. Los indígenas bajan a los llanos. Pero se
generaliza una hambruna, porque ese año no se había sembrado o se habían
quemado las siembras debido a una rebelión, y además vuelve la viruela.
Muchos indios mueren. Entre ellos vuelven a insistir en su costumbre de
no vivir jamás en pueblos; sólo en los pueblos es que aparecen los
calcus; la enfermedad para los mapuches siempre es producto de la vida
en sociedad. Cuando el Padre Valdivia viaja a Elicura, famosa por su
rebeldía, a pacificarla definitivamente, se arma un enredo con una mujer
y algunas hijas de Anganamón, que según él han sido secuestradas por
los padres jesuitas. Uno de ellos no se las quiere devolver y le dice
que ante los ojos de Dios la poligamia es un pecado. Anganamón
enfurecido lo mata a él y a otros dos padres jesuitas, entre ellos un
primo del padre Valdivia. A partir de este suceso la guerra defensiva termina, y comienza nuevamente la ofensiva española.
Los indios amigos de los españoles,
extrañamente, eran también bravos guerreros; evidentemente, eran odiados
por los mapuches del sur. Jugaron un rol importante en las
numerosísimas batallas contra los mapuches, puesto que engrosaban las
filas de los españoles; muchos de ellos incluso, recibían paga de la
corona española. Fue uno de los indios amigos, como se les llamaba,
quien mató finalmente a uno de los líderes de Elicura, en 1632:
Quereopante. No fue esta victoria española decisiva, porque los
elicuranos no se rindieron, y como era costumbre, eligieron muy pronto
jefes sucesores en lo que los españoles llamaban “borracheras”. La
resistencia fronteriza más encarnizada se situaba en la cordillera de
Nahuelbuta, donde los mapuches podían refugiarse rápidamente en los
montes. Fueron ellos, de algún modo, sumado a los sucesivos tratados de
paz, quienes aseguraron la prosperidad de más al sur, que a su vez les
retribuía con bienes. Muy pronto este sistema de jefaturas guerreras,
que reemplazó a los loncos, se volvió hereditaria, imitando una vez más
al sistema español, pero sin llegar nunca a constituir un estado ni a
jerarquizarse más allá de la estructura primaria. Las jefaturas más
amplias se concedían temporalmente, para cuando había que organizar las
batallas.
El camino hacia una paz definitiva pasa por
una contingencia especial: “de lo que se trataba era del peligro
holandés y de la necesidad de reconstruir los fuertes que defendían el
pacífico, principalmente Valdivia”; y por otro la paz prolongada de la
que habían gozado los mapuches, cuarenta años, paz que querían
conservar. Lincopichón es señalado como el ulmen que se
ocupó de convencer a la facción mapuche de la posibilidad de una paz
duradera, y en la facción española un gobernador con buenas relaciones
con los jesuitas, el marqués de Baydes. El encuentro y la propuesta de
paz, que provino de parte de los mapuches, sucedió cuando se supo que
los españoles realizarían campeadas más allá de los territorios
fronterizos. El pacto se realizó en realidad, al principio, entre indios
de guerra (Lincopichón) e indios amigos (Catumalo). Luego van llegando a
firmar la paz poco a poco elicuranos y pureninos, para después
encaminarse a los llanos de Quilín, asegurando su “existencia
independiente por dos siglos más”... pero sólo de estos mapuches en
específico, no de los de más al sur. El acuerdo de paz acordaba por
parte de los mapuches someterse al Rey de España aceptándolo como su
monarca.
El punto crucial del acuerdo era el considerar a los mapuches como vasallos del rey y no como esclavos.
Se acordó que debía leérseles en su propia lengua las admoniciones en
la que se los “compelía a declararse vasallos del rey” o de lo contrario
se los “declararía enemigos... susceptibles de ser apresados como
esclavos”. La igualdad de derechos y la no-esclavización mapuche era el
punto central del acuerdo para los mapuches, mientras que para los
españoles era más bien una vía libre hacia el sur.
“La mayor parte de los liderazgos (del s.
XVII y XVIII) estará formada por este tipo de personajes surgidos de
este tipo de mestizaje” (de padre indígena y madre chilena española).
Chicagual, un mestizo, ofrece bajar a las gentes a los llanos y abrir
caminos transitables. Dice abrirá las puertas de par en par a la
evangelización. Las paces de Quilín son el fruto de la
guerra defensiva. Sin el ahínco de los jesuitas jamás se hubieran
logrado. Un ambiente optimista de paz va avanzando hacia el Sur.
Concepción era una fiesta. Los acuerdos y conversaciones entre
Chicagual, Lincopichón, la visita de los caciques a Concepción ocurre un
Mayo, comenzando el invierno; las nuevas reuniones son fijadas para
Enero del siguiente año, en Quilín, por el gobernador, quien con agasajo
y cariño despide a los mapuches para que vayan a convencer a su gente
más al sur. Se reunen entonces, un ejército de 2300 españoles armados,
10000 caballos y numerosa servidumbre. Ocurre un punto álgido ante un
rumor y la tropa rodea a los mapuches (estaban casi todos, sobretodo los
más importantes). Pero pronto el Marqués de Baydes comprende que es
falso. Se dice que los mapuches rodeados permanecieron inalterables.
Todos los mapuches habían llegado sin armas. El pacto se realiza en una
ramada, es “bicultural y bilingüe”. Los mapuches hacen las paces con
todo su rito: la sangre brotando del corazón de ovejas blancas es
rociada en ramas de canelo. “Los mapuches han logrado imponer que sus
usos y costumbres sean respetados”, y serán una característica de los
parlamentos venideros durante los siguientes “200 y tantos años”. “El
carácter independiente se mantiene y se afirma con el parlamento”. Así,
28 chilihueques (ovejas de la tierra) fueron sacrificadas, sus corazones
extraídos y su sangre rociada en las hojas del canelo: quizás usando la
imagen de la hoja madura del canelo (parda), y bebiendo además esa
sangre (ñadi). “... que son naturalmente retóricos estos indios y se
precian de hacer un buen parlamento...”.
La paz consistía en: no más señor que el rey, no serán encomendados
(algo insólito puesto que en la América hispana toda persona tenía un
señor y era vasallo de aquel: pagaba impuestos y ayudaba en la guerra); no pagarán tributos; no serán reducidos a pueblos; que los indios amigos podrán abandonar su condición si así lo quisieren.
A cambio el pueblo mapuche (es importante señalar que no todo el pueblo
mapuche firmó las paces de Quilín sino más que todo los fronterizos;
ningún mapuche "Valdiviano" se presentó a las paces, y es por eso que
acordaron y permitieron la refundación de Valdivia) se comprometía a: permitir el ingreso de evangelizadores y la predicación; ayudar en las guerras grandes (peligro holandés y posteriormente defensa de la corona contra los independentistas!); permiso para reconstruir ciudades; libre tránsito. Las paces de Quilín se realizan en 1641. Ocurre allí mismo un intercambio de prisioneros,
con pago de rescate. Los mapuches aseguran y afirman la paz entregando a
varios de sus hijos principales como rehenes de paz: así dan seguridad
para reconstruir ciudades. Hay interpretaciones diferentes. La más
tradicional la de Encina, que reconoce el tratado de paz y el
establecimiento del Bío-Bío como frontera, pero diciendo que los indios
estaban sin armamento, sin guerreros y sin comida, o sea, que los indios
estaban quebrados y en muy mala situación.
Las paces de Quilín no duran mucho; son rotas
reiteradas veces, parlamento tras parlamento. Sin embargo, permanece el
espíritu de tratar de hacer las paces. Los mapuches del Norte (entre el
Toltén y el Bío-bío) son cada vez menos y saben que ante el peligro
holandés los españoles no dejarán de enviar refuerzos. Por eso son ellos
quienes más tratan de hacer las paces, comprometiendo a los mapuches de
más al sur, quienes no enviaron a sus caciques ni loncos a los
parlamentos. Por eso la guerra, después de Quilín, se traslada al Sur, y
a la larga los parlamentos se transformarán en la base de la
sobrevivencia de la cultura mapuche entre el Toltén y el Bío-bío, puesto
que más al sur fue completamente eliminada o mestizada con el tiempo.
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